Notas
La soja y el pasivo ecológico
Para producir riqueza es necesario transformar algo en un producto final de valor transable. Minerales, maderas, metales, ideas que alimentan innovación, empresas que surgen de la voluntad emprendedora y se materializan fabricando bienes o prestando servicios que generan ganancias legítimas. Lo cierto es que nada puede obtenerse de la nada y esa es la historia de la impronta humana en este planeta.
Tomemos el caso de la soja y de la cadena de valor que motoriza. Entre los rubros agrícolas empresariales que esta temporada 2014-2015 dejarán un movimiento de más de US$ 5.000 millones, la soja es la estrella refulgente, aún cuando haya perdido casi el 60% de su cotización en los últimos 24 meses. Ninguno de los grandes productores ha cedido un milímetro en la superficie de cultivo y esta temporada no va a ser la excepción.
Como oleaginosa, la soja retira del suelo una gran cantidad de nutrientes y su caso es particularmente ilustrativo en eso de calcular costos de inversión vs. beneficios de comercialización.
Para desarrollarse, la soja necesita nitrógeno, azufre, fósforo, potasio y demás. En el caso del nitrógeno, que es el nutriente que los cultivos necesitan en mayor cantidad, la soja tiene una ventaja con respecto a los otros cultivos: su capacidad de asociarse con bacterias para fijar el nitrógeno de la atmósfera reduciendo la necesidad de abonos sintéticos. Este es uno de los factores que determinan que la inversión necesaria para sembrar soja sea menor a la de otros cultivos. Dicho sea en otras palabras: la naturaleza hace su trabajo sin intervención del productor, que lo deja a su cargo. Podrá decirse, “negocio redondo”. Lo es en parte, puesto que el productor pone el resto de la cadena, pero confiando en la naturaleza como principal protagonista del hecho creativo. Esto le hace contraer, al agricultor empresario, una deuda que podríamos denominar “pasivo ecológico”. ¿Cómo se cancela ese pasivo? Devolviendo al país que lo cobija una parte de sus dividendos. ¿De qué manera? Una, vía impuestos, que tienen toda la legitimidad que deviene del valor original de la tierra que le ha sido confiada en propiedad y en producción. Y la otra, asociándose a la tarea de construir infraestructura, a través de alianzas o de fondos de capitalización que garanticen una red vial que, aparte de servir de arterias para canalizar su creciente producción, sirva también al país en su conjunto. Porque este país es una empresa de todos y para todos los hombres y mujeres, no solo de buena voluntad, sino también de trabajo y dedicación.
Si un negocio es negocio sólo para uno, mal negocio. Cuando es negocio para todos, en especial, también para beneficio del país que todos habitamos, entonces podemos hablar de buenos negocios.
Más que nunca, mejor para todos.
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